¿Y sino qué?

A veces hablo mucho, como casi todos. Soy una persona sociable, siempre lo fui y siempre disfruté de serlo. Soy capaz de ponerme a hablar con desconocidos si me entusiasma la charla y también soy capaz de enredarme en las tonterías más absurdas si a cambio de eso me quedo con cualquier tipo de sensación positiva.

Desde muy pequeñita, por ese carácter y también porque mi aspecto (tan menudita ella), me hacía parecer menor de lo que era en realidad, oía comentarios referidos a esta ¿cualidad?, del tipo del que hacen las señoras de barrio: "¡qué despierta!", "¡qué charlatana!", "¡qué pico tiene!".

Claro que también escuchaba. Se puede ser charlatán y no perder la capacidad de escucha, sobre todo cuando hablan de nosotros. Recuerdo otras voces como la del pediatra, que me animaba a dedicarme a la política, o la del dentista, que me sufrió desde los tres años porque tenía más dientes que espacio para contenerlos y puedo asegurar que le costaba mucho mantenerme callada.

En la escuela siempre estaba en medio de todo lo que pasaba, como una más. Nunca fui el centro, pero tampoco nunca me perdí nada que me importara: no hubo centro de estudiantes, comisiones varias y asambleas en donde no dijera lo que pensaba ni acto escolar en el que no participara, organizando, planificando, trabajando. Siendo parte.

Y siempre me sentí orgullosa de ser así, no me siento obligada a tener que decir sólo cosas inteligentes, o sólo las justas, o sólo una vez. El vicio de repetir vino primero con la escuela y se afianzó con la maternidad pero creo que es algo normal; a veces se me va la mano, tampoco es tan grave.

Pero además, ser así me trajo muchísimas satisfacciones: reconocimiento, cariño, amistades fuertes y duraderas, alegrías, compañía, facilidad para relacionarme, experiencias, anécdotas para compartir.

Por algo quise estudiar "comunicación social", pero por esas cosas de la vida la carrera se perdió dentro de la mochila de los "sueños rotos". Cuento esto con total ausencia de dramatismo porque el profesorado de primaria me dio todo y más de lo que podía esperar profesional, humana y afectivamente de un trabajo.

Por eso cuando leí: "Cuando hables procura que tus palabras superen la sabiduría del silencio", me dí cuenta del tremendo grado de estupidez de algunos proverbios.

Quizás yo no tenga la estatura intelectual apropiada para comprender la profundidad de esta...cómo definirla... ¿afirmación?, ¿consejo?, ¿recomendación?, ¿sugerencia?, ¿opinión?, ¿premisa???????????. Pero después de comprobar con y sin diván y durante suficiente tiempo el incuestionable poder sanador de la palabra, aprendí que en este increíble parque de atracciones que es la vida, en el juego de la comunicación la entrada es apta para todo púbico, libre y grauita.






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